Alguien muy especial me dijo que ir a un concierto transforma un día sin historia en “aquel día” en el que viste a determinada banda. Si te gusta la música es inevitable que te pases la vida en las salas, dándolo todo en la primera fila (la segunda fila es de cobardes, dice mi amigo del Shout), para poder disfrutar de la energía y la VIDA (así, con mayúsculas) que te ofrece un concierto. ¿Puede haber algo mejor que esto?. Sí, llevarte a casa un pedazo de ese directo en tu cámara de fotos, trasformar la realidad a través de la forma que lo has vivido, y que ese recuerdo te acompañe en forma de fotografía para siempre. Ojear cada uno de mis álbumes de fotos me permite disfrutar de nuevo de todo lo que viví ese momento, de los estribillos cantados hasta la afonía, de los brindis compartidos con maravillosos desconocidos, de emocionarse hasta escalofrío. De haber transformado ese día, que de otra forma no formaría parte destacada de la historia de mi vida, en uno para recordar por siempre.
Alguien muy especial me dijo que ir a un concierto transforma un día sin historia en “aquel día” en el que viste a determinada banda. Si te gusta la música es inevitable que te pases la vida en las salas, dándolo todo en la primera fila (la segunda fila es de cobardes, dice mi amigo del Shout), para poder disfrutar de la energía y la VIDA (así, con mayúsculas) que te ofrece un concierto. ¿Puede haber algo mejor que esto?. Sí, llevarte a casa un pedazo de ese directo en tu cámara de fotos, trasformar la realidad a través de la forma que lo has vivido, y que ese recuerdo te acompañe en forma de fotografía para siempre. Ojear cada uno de mis álbumes de fotos me permite disfrutar de nuevo de todo lo que viví ese momento, de los estribillos cantados hasta la afonía, de los brindis compartidos con maravillosos desconocidos, de emocionarse hasta escalofrío. De haber transformado ese día, que de otra forma no formaría parte destacada de la historia de mi vida, en uno para recordar por siempre.